El peligro de los símbolos y las imágenes religiosas

Cuenta el registro bíblico que los israelitas, libres de la esclavitud de Egipto se movilizaron rumbo a la tierra que Dios les prometió, pero mientras viajaban se quejaron una y otra vez, y murmuraron, reclamando que mejor les hubiese sido quedarse como esclavos de los egipcios antes que padecer las inclemencias propias del viaje por el desierto, despreciando así aquel que los había salvado. Actitud que Dios corrigió con castigos severos.

En cierta oportunidad fueron atacados por serpientes y muchos murieron. Pidieron perdón y clamaron a su líder Moisés para que Dios los librara de tal plaga. Dios, oyendo la intercesión, le ordenó a Moisés construir una serpiente de bronce y colocarla en un asta de tal manera que cualquiera que fuese mordido por la serpiente, podría mirar la imagen de la serpiente y sería curada; cosa que efectivamente sucedió, no porque la serpiente de bronce tuviera en sí un poder sanador, sino porque incentivaba la fe, representando una serpiente muerta, colgada, incapaz de hacer daño por el poder de Dios.*

Durante varios siglos los israelitas guardaron con respeto esta serpiente de bronce; pero olvidándose que había sido sólo un símbolo dado por Dios para un momento particular, muchos de ellos todavía le atribuían ciertos poderes y le rendían culto, quemándole incienso. Habían caído en el error de poner su mirada en el objeto material antes que en el Ser Espiritual. Cayeron en el pecado de idolatría, dándole la honra que sólo le compete a Dios. Y así sucedió hasta que el rey Ezequías, a quien la Biblia describe como un hombre que “hizo lo recto ante los ojos de Dios”, ordenó hacer pedazos aquella serpiente de bronce (2 de Reyes cap.18, vs.3,4).

En el Antiguo Pacto, en la ley de Moisés, habían muchos símbolos: El Templo, el Arca del Pacto, la circuncisión, los sacrificios y muchas ceremonias; todas dadas por Dios, que servían como enseñanza, alegoría, pero que luego, la Biblia misma declara* que eran una “sombra de lo que había de venir”, por lo que una vez que vino Jesucristo (la imagen misma de las cosas) y cumplió con toda la Ley, éstas ya no son necesarias. Por eso es que en los comienzos del cristianismo sólo habían dos símbolos, dos conmemoraciones, dos prácticas que se repiten en los Hechos y las cartas de los apóstoles: el bautismo y la cena del Señor. Sólo éstas dos fueron directamente ordenadas por Jesucristo.

Hay un peligro latente e innegable en los símbolos e imágenes religiosas; y es que los feligreses le den demasiada atención y caigan en la idolatría; que pongan más fe en el objeto creado que en el Creador de todas las cosas; que veneren, adoren al símbolo, a la imagen antes que a Dios. Porque como sucedió con el pueblo de Israel, siempre es más fácil honrar un objeto y “quedar bien” con él, antes que honrar y quedar bien con aquel que ve el corazón. Esto es lo que Jesús les recordó a los muy religiosos fariseos: “Vayan y aprendan lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio”.

En el caso de la serpiente de bronce, ésta cumplió un primer propósito al ayudar a la fe de los que necesitaban salud; pero su recordación cumple todavía otro propósito al ayudarnos a entender la obra misma de Cristo: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree no se pierda más tenga vida eterna”. Jesús es la realidad. Si ponemos nuestra confianza en él, si le miramos con los ojos de la fe, hallaremos salud para nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu. 

 *Números 21:4-9; Hebreos 10:1; Mateo 9:13; Juan 3:14,15






[Publicado el 10 de noviembre del 2011]

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