En boca cerrada no salen moscas

Que en boca cerrada no entran moscas ya lo sabemos. El conocido refrán nos enseña que no hay que hablar de más para evitar meternos en problemas innecesarios. Pero también podemos resaltar que la boca debe mantenerse cerrada para no originar problemas y situaciones indeseables a los que están a nuestro alrededor.

Jesús dijo* que “lo que sale de la boca, esto contamina al hombre… porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias”. Jesús enseñó que el interior del ser humano está contaminado y corrompido, por lo que muchas palabras que se pronuncian por motivaciones no sanas, terminan contaminando a los demás.

Palabras soeces, insultos, comentarios que desprecian y denigran a los demás; expresiones de doble sentido, calumnias, chismes, palabras que todos hemos oído (y en algún momento las hemos dicho) y que para todos es evidente cuántos problemas han creado. Palabras que rompen la unidad, alejan a las personas y destruyen la familia. Es triste cuando el esposo se burla del físico de su esposa, la madre le dice a su hijo que no sirve para nada, el hermano se jacta indebidamente de sus logros, el hijo le miente al padre. Sólo crea desconfianza, baja autoestima, separación. ¡Cuánto daño pueden hacer las palabras!

Por eso también, el apóstol Santiago dijo* que todos deberíamos cuidarnos al hablar. En su carta enseñó que debemos ser listos y atentos para oír, pero ser lentos para hablar, y aún más, debemos ser lentos para enojarnos. La razón es obvia: si lo que vamos a decir no contribuye a la solución del problema, no construye, no anima, no es la verdad, entonces, lo único útil será frenar la lengua y callarse, porque de lo contrario sólo empeorará la situación por la contaminación y moscas que salgan de nuestros labios.

Pero la verdadera solución no consiste en sólo cerrar la boca (porque podríamos callarnos y en nuestra mente seguir maldiciendo). En realidad la solución va más allá. El cambio debe darse en la manera de pensar, en la forma de ver la vida y ver al semejante; en lo más profundo del ser, en aquello que Jesús llamó “el corazón del hombre” y que la Biblia enseña debe ser renovado por la Palabra de Dios. Quien le pide a Dios que purifique su corazón amará, y deseará el bien, y tendrá más para bendecir que para maldecir.

“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca”.

* Mateo 15:11,17-20; Santiago 1:19; Lucas 6:45




Publicado del 29 de enero del 2011

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